viernes, 31 de diciembre de 2010

Felíz 2011!!!


Un afectuoso saludo para todos nuestros amigos y familiares en este nuevo año que comienza.
Gracias por la compañía de siempre.
Esperamos que en este 2011 el Señor les regale las gracias que están necesitando, pero, por sobre todo, el don de ser cada vez más santos; como lo quería nuestro Padre Don Bosco.
Felicidades a todos!!!

martes, 28 de diciembre de 2010

DÍA DE LOS SANTOS INOCENTES


Todavía no hablan, y ya confiesan a Cristo.

De los sermones de San Quodvultdeus, obispo.

Nace un niño pequeño, un gran Rey. Los magos son atraídos desde lejos; vienen para adorar al que todavía yace en el pesebre, pero que reina al mismo tiempo en el cielo y en la tierra. Cuando los magos le anuncian que ha nacido un Rey, Herodes se turba, y, para no perder su reino, lo quiere matar; si hubiera creído en él, estaría seguro aquí en la tierra y reinaría sin fin en la otra vida.

¿Qué temes, Herodes, al oír que ha nacido un Rey? Él no ha venido para expulsarte a ti, sino para vencer al Maligno. Pero tú no entiendes estas cosas, y por ello te turbas y te ensañas, y, para que no escape el que buscas, te muestras cruel, dando muerte a tantos niños.

Ni el dolor de las madres que gimen, ni el lamento de los padres por la muerte de sus hijos, ni los quejidos y los gemidos de los niños te hacen desistir de tu propósito. Matas el cuerpo de los niños, porque el temor te ha matado a ti el corazón. Crees que, si consigues tu propósito, podrás vivir mucho tiempo, cuando precisamente quieres matar a la misma Vida.

Pero aquél, fuente de la gracia, pequeño y grande, que yace en el pesebre, aterroriza tu trono; actúa por medio de ti, que ignoras sus designios, y libera las almas de la cautividad del demonio. Ha contado a los hijos de los enemigos en el número de los adoptivos.

Los niños, sin saberlo, mueren por Cristo; los padres hacen duelo por los mártires que mueren. Cristo ha hecho dignos testigos suyos a los que todavía no podían hablar. He aquí de qué manera reina el que ha venido para reinar. He aquí que el liberador concede la libertad, y el salvador la salvación.

Pero tú, Herodes, ignorándolo, te turbas y te ensañas y, mientras te encarnizas con un niño, lo estás enalteciendo y lo ignoras.

¡Oh gran don de la gracia! ¿De quién son los merecimientos para que así triunfen los niños? Todavía no hablan, y ya confiesan a Cristo. Todavía no pueden entablar batalla valiéndose de sus propios miembros, y ya consiguen la palma de la victoria.

Oración
Los mártires Inocentes proclaman tu gloria en este día, Señor, no de palabra, sino con su muerte; concédenos, por su intercesión, testimoniar con nuestra vida la fe que confesamos de palabra. Por nuestro Señor Jesucristo.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Mensaje de Navidad del Papa Benedicto XVI


"Salvator noster natus est in mundo" (Misal Romano).

¡"Nuestro Salvador ha nacido en el mundo"! Esta noche, una vez más, hemos escuchado en nuestras Iglesias este anuncio que, a través de los siglos, conserva inalterado su frescor. Es un anuncio celestial que invita a no tener miedo porque ha brotado una "gran alegría para todo el pueblo" (Lc 2,10). Es un anuncio de esperanza porque da a conocer que, en aquella noche de hace más de dos mil años, "en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor" (Lc 2,11). Entonces, a los pastores acampados en la colina de Belén; hoy, a nosotros, habitantes de este mundo nuestro, el Ángel de la Navidad repite: "Ha nacido el Salvador; ha nacido para vosotros. ¡Venid, venid a adorarlo!".

Pero, ¿tiene todavía valor y sentido un "Salvador" para el hombre del tercer milenio? ¿Es aún necesario un "Salvador" para el hombre que ha alcanzado la Luna y Marte, y se dispone a conquistar el universo; para el hombre que investiga sin límites los secretos de la naturaleza y logra descifrar hasta los fascinantes códigos del genoma humano? ¿Necesita un Salvador el hombre que ha inventado la comunicación interactiva, que navega en el océano virtual de Internet y que, gracias a las más modernas y avanzadas tecnologías mediáticas, ha convertido la Tierra, esta gran casa común, en una pequeña aldea global? Este hombre del siglo veintiuno, artífice autosuficiente y seguro de la propia suerte, se presenta como productor entusiasta de éxitos indiscutibles.

Lo parece, pero no es así. Se muere todavía de hambre y de sed, de enfermedad y de pobreza en este tiempo de abundancia y de consumismo desenfrenado. Todavía hay quienes están esclavizados, explotados y ofendidos en su dignidad, quienes son víctimas del odio racial y religioso, y se ven impedidos de profesar libremente su fe por intolerancias y discriminaciones, por ingerencias políticas y coacciones físicas o morales. Hay quienes ven su cuerpo y el de los propios seres queridos, especialmente niños, destrozado por el uso de las armas, por el terrorismo y por cualquier tipo de violencia en una época en que se invoca y proclama por doquier el progreso, la solidaridad y la paz para todos. ¿Qué se puede decir de quienes, sin esperanza, se ven obligados a dejar su casa y su patria para buscar en otros lugares condiciones de vida dignas del hombre? ¿Qué se puede hacer para ayudar a los que, engañados por fáciles profetas de felicidad, a los que son frágiles en sus relaciones e incapaces de asumir responsabilidades estables ante su presente y ante su futuro, se encaminan por el túnel de la soledad y acaban frecuentemente esclavizados por el alcohol o la droga? ¿Qué se puede pensar de quien elige la muerte creyendo que ensalza la vida?

¿Cómo no darse cuenta de que, precisamente desde el fondo de esta humanidad placentera y desesperada, surge una desgarradora petición de ayuda? Es Navidad: hoy entra en el mundo "la luz verdadera, que alumbra a todo hombre" (Jn 1, 9). "La Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros" (ibíd. 1,14), proclama el evangelista Juan. Hoy, justo hoy, Cristo viene de nuevo "entre los suyos" y a quienes lo acogen les da "poder para ser hijos de Dios"; es decir, les ofrece la oportunidad de ver la gloria divina y de compartir la alegría del Amor, que en Belén se ha hecho carne por nosotros. Hoy, también hoy, "nuestro Salvador ha nacido en el mundo", porque sabe que lo necesitamos. A pesar de tantas formas de progreso, el ser humano es el mismo de siempre: una libertad tensa entre bien y mal, entre vida y muerte. Es precisamente en su intimidad, en lo que la Biblia llama el "corazón", donde siempre necesita ser salvado. Y en la época actual postmoderna necesita quizás aún más un Salvador, porque la sociedad en la que vive se ha vuelto más compleja y se han hecho más insidiosas las amenazas para su integridad personal y moral. ¿Quién puede defenderlo sino Aquél que lo ama hasta sacrificar en la cruz a su Hijo unigénito como Salvador del mundo?

"Salvator noster", Cristo es también el Salvador del hombre de hoy. ¿Quién hará resonar en cada rincón de la Tierra de manera creíble este mensaje de esperanza? ¿Quién se ocupará de que, como condición para la paz, se reconozca, tutele y promueva el bien integral de la persona humana, respetando a todo hombre y toda mujer en su dignidad? ¿Quién ayudará a comprender que con buena voluntad, racionabilidad y moderación, no sólo se puede evitar que los conflictos se agraven, sino llevarlos también hacia soluciones equitativas? En este día de fiesta, pienso con gran preocupación en la región del Oriente Medio, probada por numerosos y graves conflictos, y espero que se abra a una perspectiva de paz justa y duradera, respetando los derechos inalienables de los pueblos que la habitan. Confío al divino Niño de Belén los indicios de una reanudación del diálogo entre israelitas y palestinos que hemos observado estos días, así como la esperanza de ulteriores desarrollos reconfortantes. Confío en que, después de tantas víctimas, destrucciones e incertidumbres, reviva y progrese un Líbano democrático, abierto a los demás, en diálogo con las culturas y las religiones. Hago un llamamiento a los que tienen en sus manos el destino de Irak, para que cese la feroz violencia que ensangrienta el País y se asegure una existencia normal a todos sus habitantes. Invoco a Dios para que en Sri Lanka, en las partes en lucha, se escuche el anhelo de las poblaciones de un porvenir de fraternidad y solidaridad; para que en Darfur y en toda África se ponga término a los conflictos fraticidas, cicatricen pronto las heridas abiertas en la carne de ese Continente y se consoliden los procesos de reconciliación, democracia y desarrollo. Que el Niño Dios, Príncipe de la paz, haga que se extingan los focos de tensión que hacen incierto el futuro de otras partes del mundo, tanto en Europa como en Latinoamérica.

"Salvator noster": Ésta es nuestra esperanza; este es el anuncio que la Iglesia hace resonar también en esta Navidad. Con la encarnación, recuerda el Concilio Vaticano II, el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre (cf. Gaudium et spes, 22). Por eso, puesto que la Navidad de la Cabeza es también el nacimiento del cuerpo, como enseñaba el Pontífice san León Magno, podemos decir que en Belén ha nacido el pueblo cristiano, cuerpo místico de Cristo en el que cada miembro está unido íntimamente al otro en una total solidaridad. Nuestro Salvador ha nacido para todos. Tenemos que proclamarlo no sólo con las palabras, sino también con toda nuestra vida, dando al mundo el testimonio de comunidades unidas y abiertas, en las que reina la hermandad y el perdón, la acogida y el servicio recíproco, la verdad, la justicia y el amor.

Comunidad salvada por Cristo. Ésta es la verdadera naturaleza de la Iglesia, que se alimenta de su Palabra y de su Cuerpo eucarístico. Sólo redescubriendo el don recibido, la Iglesia puede testimoniar a todos a Cristo Salvador; hay que hacerlo con entusiasmo y pasión, en el pleno respeto de cada tradición cultural y religiosa; y hacerlo con alegría, sabiendo que Aquél a quien anuncia nada quita de lo que es auténticamente humano, sino que lo lleva a su cumplimiento. En verdad, Cristo viene a destruir solamente el mal, sólo el pecado; lo demás, todo lo demás, lo eleva y perfecciona. Cristo no nos pone a salvo de nuestra humanidad, sino a través de ella; no nos salva del mundo, sino que ha venido al mundo para que el mundo se salve por medio de Él (cf. Jn 3,17).

Queridos hermanos y hermanas, dondequiera que os encontréis, que llegue hasta vosotros este mensaje de alegría y de esperanza: Dios se ha hecho hombre en Jesucristo; ha nacido de la Virgen María y renace hoy en la Iglesia. Él es quien lleva a todos el amor del Padre celestial. ¡Él es el Salvador del mundo! No temáis, abridle el corazón, acogedlo, para que su Reino de amor y de paz se convierta en herencia común de todos. ¡Feliz Navidad!"

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Jornada Mundial de lucha contra el VIH SIDA


EL 26,7% de los centros para el cuidado del VIH/SIDA en el mundo son católicos. Para la Iglesia todos los días del año son los días del enfermo de SIDA, porque más allá de fechas y lazos rojos en el calendario, la Iglesia se ocupa a diario de las personas que sufren –especialmente de aquellas de las que nadie se ocupa – y su aportación a la sociedad no es flor de un día, tormenta de verano que como vino se va, sino llovizna constante que cala suave y profunda, de la mano de los numerosos proyectos y programas de formación, prevención, asistencia, cuidado y seguimiento pastoral a favor de los enfermos.

La Jornada Mundial contra el SIDA, que por iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas inaugura cada año nuestros diciembres, se ha convertido en una preocupante cita que, en lugar de contribuir a la concienciación social y a la prevención efectiva de la pandemia, está siendo utilizada por la propaganda al servicio de la cultura dominante para difundir algunas mentiras y repetirlas, con la esperanza de que puedan ser tomadas por verdad. Las más significativas, a mi juicio, son tres: la consideración del SIDA como una estricta cuestión sanitaria, las monotemáticas campañas informativas que mantienen la tesis de que el preservativo es la solución y la presentación, ante la opinión pública, de la Iglesia como el problema.

La primera estrategia se basa en la difusión de la idea de que la enfermedad no tiene relación alguna con el modo de vivir la sexualidad y de que, en consecuencia todos estamos igualmente expuestos al contagio. Se hace creer a la sociedad que nos situamos ante un problema de índole exclusivamente sanitaria, sin querer reconocer que no habrá solución posible mientras no se aborde su dimensión ética. Afortunadamente, todos no estamos en la misma situación de riesgo; los contagios se ven favorecidos por una cultura pansexualista, que quita valor a la sexualidad y la reduce a un simple y mecánico intercambio de placeres físicos, sin darle un alcance más elevado.

La segunda es la manida cuestión del condón. Las políticas gubernamentales, casi a nivel planetario, realizan grandes esfuerzos para difundir el uso del preservativo, con la confianza de que así se frenará la expansión del SIDA, pero la realidad se muestra tozuda: en 2005 se produjeron otros cinco millones de nuevas infecciones, el mayor incremento desde el inicio de la epidemia. El número de personas que viven con el VIH en todo el mundo son ya más de 40 millones. Menos mal que, según oímos por todas partes, el preservativo es la mejor solución; pues, mejor ni imaginar cómo será la peor. Es cierto que en el Informe ONUSIDA de este año por fin se puede leer que en muchos países el retraso en la primera experiencia sexual o la reducción del número de parejas han sido claves para hacer descender el número de afectados. Lamentablemente, con respecto a los preservativos sigue sin reconocer que la masiva distribución de condones, mientras que en las personas adictas al sexo puede reducir el riesgo de infección, en otras muchas personas induce a conductas de riesgo, impidiéndose el logro de los comportamientos que eliminan la posibilidad de infección. Las políticas basadas en el mito del “sexo seguro” han fracasado y debemos exigir a nuestros gobernantes que lo reconozcan y que sean valientes para proponer otras soluciones.

El primer preservativo ha de ser el preservativo moral, la educación integral de los jóvenes para inculcarles la dignidad y el respeto a la vida, su propia vida y la de los demás. Un problema complejo requiere soluciones complejas, no simplistas; no es serio, con las cifras en la mesa y el batacazo anual de las campañas pro condón, mantener que la solución pasa por hacer más accesibles los preservativos. ¿Por qué se nos dice, acertadamente, desde el Ministerio de Sanidad y Consumo que debemos abstenernos de fumar y de beber para prevenir determinadas enfermedades y no se atreven a proponer la abstinencia de ciertas prácticas sexuales para prevenir el SIDA? El problema requiere voluntad política y esfuerzos en investigación, educación sanitaria, educación sexual y transmisión de valores humanos que incidan en la responsabilidad personal ante el consumo de drogas y otras conductas de riesgo.

La tercera, y ya cansina cantinela, es la de responsabilizar a la Iglesia de contribuir a la confusión y de situarse en posiciones retrógradas y acientíficas. De nuevo, la fuerza de la realidad: los escasos y atrevidos países que han incorporado a sus programas de prevención medidas coincidentes con la doctrina católica han obtenido unos resultados excelentes. Véanse los programas de Uganda y Kenia, por ejemplo. Tan dados a probarlo todo como somos hoy, podríamos probar, a ver qué tal nos iba. La Iglesia propone, no impone nada a nadie. ¿Acaso alguno de los obcecados con la Iglesia y alejados de ella, que tanto hacen notar sus voces, han dejado de usar el preservativo en sus relaciones por un ataque de conciencia moral y obediencia a la doctrina católica? El problema no es que se le haga caso a la Iglesia y que así la gente se enrede en la confusión y en la duda, el verdadero problema es que la gente no duda, ni tan siquiera razonablemente, y se cree que el discurso político es el único y verdadero discurso.

Ante las críticas infundadas, la Iglesia responde con la Palabra y con su obra. La dimensión específicamente religiosa de la actitud de la Iglesia sobre el SIDA ayuda a comprender mejor y a valorar en toda su hondura la importancia de la caridad, es decir, del amor hacia las personas que sufren. El cristiano dispone, gracias a su fe, de un auxilio espiritual, que le ayuda a acercarse a los que padecen la enfermedad, cualquiera que haya sido su conducta, porque comprende que el error moral no hace a las personas menos merecedoras de atención, sino al contrario, como enseña la parábola del hijo pródigo, más necesitadas, si cabe, de ser amadas y ayudadas. Nadie, en conciencia y si quiere ser fiel a la verdad, puede seguir diciendo que la Iglesia propone abstinencia y fidelidad porque no está en el mundo y porque no conoce los problemas reales de la gente. Y si no, que se lo eche en cara también a Naciones Unidas, que, aunque de forma timorata, habla de “comportamiento sexual responsable, incluyendo la abstinencia y la fidelidad”. ¿Por qué se empeñan las fallidas campañas pro condón en ocultarnos, al menos, una parte sustancial de la realidad? ¿Por qué no se educa de manera integral, con información completa, para formar personas más libres, más independientes y con más criterio? ¿Es que se parte de la premisa de que nuestros jóvenes están incapacitados para comprender el significado de las palabras “abstinencia” y “fidelidad”? A lo mejor resulta que, si se les dice toda la verdad, comienzan a tomar sus propias decisiones y el preservativo deja de ser la solución y la Iglesia deja de ser el problema.

Isidro Catela Marcos
Director Oficina de Información de la Conferencia Episcopal Española