El
segundo año de este trienio de preparación al bicentenario del nacimiento de
Don Bosco se focalizará sobre su pedagogía. En el año 2012 hemos centrado la
atención en su historia y hemos tratado de comprender mejor que toda su vida
estuvo marcada con la predilección por los jóvenes. A ese fin él entregó todas
sus energías, precisamente porque descubrió que esa era la misión que Dios le
confiaba.
En 2013
nuestro objetivo será profundizar en su propuesta educativa: lo que Don Bosco
entendió ofrecer a los jóvenes y el método que él utilizó para abrir las
puertas de su corazón, para conquistar su confianza, para plasmar recias
personalidades, desde el punto de vista humano y cristiano. Concretamente,
queremos acercarnos a Don Bosco educador. Se trata, pues, de profundizar y
actualizar el Sistema Preventivo. He aquí el tema del Aguinaldo de 2013.
También
esta vez nuestro planteamiento no es sólo intelectual. Por una parte, es sin
duda necesario un estudio a fondo de la Pedagogía Salesiana para actualizarla
según la sensibilidad y las exigencias de nuestro tiempo. Hoy los contextos
sociales, económicos, culturales, políticos, religiosos, en los que nos
encontramos viviendo la vocación y dilatando la misión salesiana, han cambiado
profundamente. Por otra parte, por fidelidad carismática a nuestro Padre, es
igualmente necesario hacer nuestro el contenido y el método de su oferta
educativa y pastoral. En el contexto de la sociedad de hoy estamos llamados a
ser santos educadores como él, dando nuestra vida como él, trabajando con y
para los jóvenes.
HACIA
EL REDESCUBRIMIENTO DEL SISTEMA PREVENTIVO
Reflexionando
sobre la experiencia educativa de Don Bosco, estamos llamados a revivirla hoy
con fidelidad. Es verdad que todos estamos convencidos de que, para ciertas
expresiones particulares propias e interpretaciones, su Sistema Preventivo
aparece claramente «fechado», ligado a un mundo que no existe ya. Han sido
muchas, en efecto, las «revoluciones» en los diferentes ámbitos: pedagógico,
psicológico, religioso, político, cultural, filosófico, tecnológico y demográfico
que se han sucedido a lo largo del siglo XX. El mundo se ha convertido ya en
una «aldea global». Está influenciado por continuas innovaciones mediáticas,
globalizantes, que influyen en todas las culturas del planeta. El modo de
pensar aparece marcado por inéditos criterios culturales de productividad,
eficiencia, cálculo y racionalidad científica. Por tanto, en este marco de
lectura de los fenómenos sociales, muchas viejas categorías interpretativas aparecen
hoy superadas.
Ahora
bien, para una correcta actualización del Sistema Preventivo, más que pensar
inmediatamente en programas y fórmulas, o repetir «eslóganes» genéricos y
buenos para todas las épocas, hoy nuestro esfuerzo será el de una comprensión
histórica del método de Don Bosco, sabiendo que algunas consideraciones
circunstanciales particulares han dado origen a planteamientos de principio, a
elaboraciones teológicas, antropológicas, pastorales, pedagógicas en las que él
pensó como oportunas para los jóvenes de su tiempo. Esta comprensión histórica
nos ayudará a no aislar su experiencia, aplicándola, con sus principios, a través
de modalidades nuevas. Se trata, en concreto, de analizar en qué se diferenció su
actuación con los jóvenes, con el pueblo, con la Iglesia, con la sociedad, con
la vida religiosa, y también en qué medida fue diferente su modo de educar a
los jóvenes del primer Oratorio festivo, del seminario menor de Valdocco, de
los clérigos salesianos y no salesianos y de los misioneros. Esto no quita que
ya en el primer Oratorio de casa Pinardi se diesen algunas intuiciones
importantes que se asimilarán después en su valor más profundo de compleja síntesis
humanístico-cristiana:
a. una
estructura flexible (es la modalidad con la que Don Bosco piensa para el
Oratorio) como obra de mediación entre Iglesia, sociedad civil y sectores
populares de jóvenes;
b. el
respeto y la valoración del ambiente popular;
c. la
religión puesta como fundamento de la educación según la enseñanza de la pedagogía
católica que recibió en el ambiente de la Residencia sacerdotal;
d. el
entretejido dinámico entre formación religiosa y desarrollo humano, entre
catequesis y educación. En otras palabras, la convergencia entre educación y
educación en la fe (integración fe-vida);
e. la
convicción de que la instrucción constituye un instrumento esencial para
iluminar la mente;
f. la
educación, igual que la catequesis, que, con la escasez de tiempo y de
recursos, se realiza en todas las actividades compatibles: la alfabetización de
los que no pudieron tener, por la razón que fuera, alguna forma de instrucción
escolar; la colocación en el trabajo; la atención durante la semana; el
desarrollo de actividades asociativas y mutualistas, etc.
g. la
plena ocupación y valoración del tiempo libre;
h. el
cariño come estilo educativo y, más en general, como estilo de vida cristiana.
Desde
la dinámica de su experiencia particular este método, denominado justamente, a
partir de un momento dado, «Sistema Preventivo», se convierte en un «sistema» hecho
público y presentado como método universal. Don Bosco lo propuso y quiso que se
adoptase para la educación y la reeducación de los jóvenes pertenecientes a los
grupos más dispares.
Como
se sabe y como encontramos escrito en la Carta de Identidad de la Familia
Salesiana, el Sistema Preventivo «representa la síntesis de la sabiduría pedagógica
de Don Bosco y constituye el mensaje profético que ha dejado a sus herederos y
a toda la Iglesia. Es una experiencia espiritual y educativa que se vive sobre
la razón, la religión y el cariño.
Razón
subraya los valores del humanismo cristiano, como la búsqueda de sentido, el
trabajo, el estudio, la amistad, la alegría, la piedad, la libertad no exenta
de responsabilidad, la armonía entre sabiduría humana y sabiduría cristiana.
Religión
significa dejar sitio a la Gracia que salva, cultivar el deseo de Dios, favorecer
el encuentro con Cristo Señor ya que ofrece un sentido pleno a la vida y una
respuesta a la sed de felicidad, insertarse progresivamente en la vida y en la
misión de la Iglesia.
Cariño
expresa la necesidad de que, para mantener una relación educativa eficaz, no sólo
se quiera a los jóvenes sino que ellos sientan que se los quiere; es un estilo
especial de relaciones y es un querer que despierta las energías del corazón
juvenil y las hace madurar hasta la entrega.
Razón,
religión y cariño son hoy, más que ayer, elementos indispensables para la acción
educativa y fermentos preciosos para dar vida a una sociedad más humana, en
respuesta a las expectativas de las nuevas generaciones».[1]
Una
vez conocido correctamente lo que se nos ha transmitido desde el pasado, se
impone traducir al hoy las grandes intuiciones y posibilidades del Sistema
Preventivo. Hay que modernizar sus principios, sus conceptos, sus orientaciones
primigenias, reinterpretando en el plano teórico y práctico tanto las grandes
ideas fundamentales, que todos conocemos (la mayor gloria de Dios y la salvación
de las almas; la fe viva, la firme esperanza, la caridad teológico-pastoral; el
buen cristiano y el honrado ciudadano; la alegría, estudio y piedad; salud,
estudio y santidad; piedad, moralidad, cultura, civismo; la evangelización y
civilización…), como las grandes orientaciones de método (hacerse amar antes
que hacerse temer; razón, religión, cariño; padre, hermano, amigo;
familiaridad, sobre todo en el recreo; ganarse el corazón; el educador «consagrado»
al bien de sus alumnos; amplia libertad de saltar, correr, hacer ruido a placer…).
Y todo esto en beneficio de la formación de jóvenes «nuevos» del siglo XXI,
llamados a vivir y confrontarse con una amplísima e inédita gama de situaciones
y problemas, en tiempos claramente cambiados, en los que las mismas ciencias
humanas están en fase de reflexión crítica.
En especial deseo sugerir tres perspectivas, analizando más en profundidad la primera.
1. El
relanzamiento del «honrado ciudadano»
y
del «buen cristiano»
En
un mundo profundamente cambiado respecto del que existía en el siglo XIX,
realizar la caridad según criterios estrechos, locales, pragmáticos (y aquí debemos
reconocer que Don Bosco no estaba indudablemente en condiciones de hacer más de
lo que hizo), olvidando las dimensiones más amplias del bien común, nacional y
mundial, sería una grave laguna de orden sociológico y también teológico. La
maduración ética de la conciencia contemporánea ha encontrado, en efecto, los límites
de un proteccionismo asistencial que, olvidando la dimensión política del
subdesarrollo, no logra influir positivamente sobre las causas de la miseria,
sobre las estructuras de pecado de las que brota un contexto social siempre
denunciado por todos. Concebir la caridad sólo como limosna, ayuda de urgencia,
significa arriesgarse a moverse en el ámbito de un «falso samaritanismo» que, más
allá de las buenas intenciones, acaba a veces por convertirse en una expresión
de solidaridad decadente, porque puede colaborar con modelos de desarrollo que
apuntan al bienestar de algunos, dorando la amarga píldora para los demás.
Recordemos
que en el post-Concilio las palabras «pobreza de la Iglesia» e «Iglesia de los
pobres» tuvieron muchos rostros, aun contradictorios y, sin embargo, debemos
recordar también que el evangelio no lo hemos inventado nosotros, como tampoco
hemos inventado su trágico choque con la política y la economía. La fe toca a
la historia, sin reducirse a ella. Si el amor del prójimo no es todo el mensaje
cristiano, ¿se puede tal vez negar que es central y esencial?
Se
ha dicho y escrito que, frente al Estado moderno que ha asumido la tutela y la
asistencia social de los ciudadanos, la Iglesia no tenía ya aquel espacio de
intervención en el plano de la caridad y de la asistencia que tenía en el
pasado. La realidad que hoy vivimos desmiente esa hipótesis que había nutrido
las ideologías laicistas y estatistas. La Iglesia vuelve con muchísima
frecuencia a ser punto de referencia también en el seno del bienestar del
estado. Durante muchos años hemos oído decir que la caridad y la asistencia
eran instrumentos viejos e inservibles, que no eran ya utilizables en la
sociedad moderna y en el estado democrático. Hoy, aun en ambientes laicos, se
reconoce la función social del voluntariado cristiano, del llamado tercer
sector —sin ánimo de lucro— de las iniciativas que parten de las parroquias, de
las asociaciones, de las instituciones, de las iglesias locales…
Ahora
bien, el hecho de que miles de millones personas están viviendo hoy en
condiciones muy distantes de aquella «civilización del amor», auspiciada por el
papa Pablo VI y remachada por sus sucesores, ¿puede encontrar en nosotros «una
respuesta específica» en el recurso a la fórmula de Don Bosco del «honrado
ciudadano y buen cristiano»?
Con
referencia al «honrado ciudadano», se nos plantea una reflexión profunda. Ante
todo, en la esfera especulativa, debe extender su consideración a todos los
contenidos relativos al tema de la promoción humana, juvenil, popular
prestando, al mismo tiempo, atención a las diferentes y cualificadas
consideraciones filosófico-antropológicas, teológicas, científicas, históricas
y metodológicas pertinentes. Esta reflexión se debe además concretar en el
plano de la experiencia y de la reflexión operativa de cada uno y de las
comunidades. Querría aquí recordar que, para los Salesianos de Don Bosco, un
Capítulo General de gran relieve, el CG 23, había señalado como importantes
lugares y objetivos de la educación la «dimensión social de la caridad» y «la
educación de los jóvenes en el compromiso y en la participación en la política«,
«ámbito un poco descuidado y desconocido por nosotros» (Cf, CG 23, núms. 203-210-212-214).
Si
por una parte comprendemos la opción de Don Bosco de no hacer más que «la política
del Padrenuestro», por otra debemos también preguntarnos en qué medida su opción
inicial de una educación entendida en sentido estricto, y la consiguiente
praxis de sus educadores de excluir de la vida propia la «política», ha
condicionado y limitado la importante dimensión socio-política en la formación
de los educandos. Además las dificultades objetivas creadas por diferentes regímenes
políticos con los que Don Bosco tuvo que convivir ¿no han contribuido acaso
también a formar educadores propensos al conformismo, al aislamiento, con una
insuficiente cultura y un escaso conocimiento del contexto histórico-social?
Deberemos
por tanto avanzar en la dirección de una revalidación actualizada de la «opción
socio-política-educativa» de Don Bosco. Esto no significa promover un activismo
ideológico, vinculado a opciones políticas particulares de partido, sino a
formar en una sensibilidad social y política, que lleva en todo caso a invertir
la propia vida como misión por el bien de la comunidad social, con una
referencia constante a los inalienables valores humanos y cristianos. Se trata
por consiguiente de actuar en la clave de una actuación práctica más coherente
en el sector específico. Dicho en otros términos, la reconsideración de la
calidad social de la educación —ya inmanente, aunque realizada imperfectamente,
en la opción juvenil fundamental, también desde el punto de vista de los
enunciados y de las fórmulas— debería incentivar la creación de experiencias
explícitas de compromiso social en el sentido más amplio. Pero esto supone
también un compromiso teórico y vital especial, inspirado en una visión más
amplia de la educación misma junto a realismo y concreción. No bastan proclamas
y manifiestos. Hacen falta también conceptos teóricos y proyectos concretos
para traducirlos en programas bien definidos y articulados.
El
que está verdaderamente preocupado por la dimensión educativa trata de influir
por medio de los instrumentos políticos, para que se tome en consideración en
todos los ámbitos: desde la urbanización y el turismo hasta el deporte y el
sistema radiotelevisivo, realidades en las que con frecuencia se privilegian
los criterios de mercado.
Preguntémonos:
la Congregación Salesiana, la Familia Salesiana, nuestras Inspectorías, grupos
y casas ¿están haciendo todo lo posible en esa dirección? Su solidaridad con la
juventud ¿es sólo un acto de afecto, gesto de entrega o también aportación de
competencia, respuesta racional, adecuada y pertinente a las necesidades de los
jóvenes y de las clases sociales más débiles?
Y
otro tanto se debería decir del relanzamiento del «buen cristiano». Don Bosco, «quemado»
por el celo por las almas, comprendió la ambigüedad y la peligrosidad de la
situación, rechazó las premisas y encontró formas nuevas de oponerse al mal con
los escasos recursos (culturales, económicos…) de que disponía.
Se trata de descubrir y ayudar a vivir
conscientemente la vocación de hombre y la verdad de la persona. Y precisamente
en esto los creyentes pueden dar su aportación más preciosa.
Ellos, en efecto, saben que el ser y las
relaciones de la persona vienen definidos por su condición de criatura, que no
indica inferioridad o dependencia, sino amor gratuito y creativo por parte de
Dios. El hombre debe su existencia a un don. Está situado en una relación con
Dios para restituir. Su vida no encuentra sentido fuera de esa relación. El «más
allá», que él percibe y desea vagamente, es el Absoluto, no un absoluto extraño
y abstracto, sino la fuente de su vida que lo llama a sí.
En Cristo la verdad de la persona, que la
razón capta de modo inicial, encuentra su iluminación total. Jesucristo, con
sus palabras pero sobre todo en fuerza de su existencia humano-divina, en la
que se manifiesta la conciencia de Hijo de Dios, abre a la persona a la plena
comprensión de sí y del propio destino.
En Él
estamos erigidos como hijos y llamados a vivir como tales en la historia. Es
una realidad y un don, en cuyo sentido debe penetrar progresivamente el hombre.
La vocación a ser hijos de Dios no es un añadido de lujo, un complemento extrínseco
para la realización del hombre. Es, por el contrario, su total cumplimiento, la
condición indispensable de autenticidad y plenitud, la satisfacción de las
exigencias más radicales, aquellas que son la sustancia de su misma estructura
de criatura.
Pero
cómo actualizar el «buen cristiano» de Don Bosco? ¿Cómo salvar hoy la totalidad
humano-cristiana del proyecto en iniciativas formal y primordialmente
religiosas y pastorales, contra los peligros de antiguos y nuevos integrismos y
exclusivismos? ¿Cómo transformar la educación tradicional, cuyo contexto era «una
sociedad mono-religiosa», en una educación abierta, y al mismo tiempo crítica,
frente al pluralismo contemporáneo? ¿Cómo educar a vivir en autonomía y al
mismo tiempo ser partícipes en un mundo pluri-religioso, pluri-cultural, pluri-étnico?
Frente a la actual superación de la pedagogía tradicional de la obediencia,
adecuada a un cierto tipo de eclesiología, ¿cómo promover una pedagogía de la
libertad y de la responsabilidad, dirigida a la construcción de personas
responsables, capaces de decisiones maduras libres, abiertas a la comunicación
interpersonal, insertas activamente en las estructuras sociales, en actitud no
conformista, sino constructivamente crítica?
2. La
vuelta a los jóvenes con mayor cualificación
Fue
entre los jóvenes donde Don Bosco elaboró su estilo de vida, su patrimonio
pastoral y pedagógico, su sistema, su espiritualidad. La unicidad de la misión
juvenil en Don Bosco fue siempre y en todo caso real, aun cuando por motivos
especiales no estaba materialmente en contacto con los jóvenes, aun cuando sus
actos no estaban directamente al servicio de los jóvenes, aun cuando defendió tenazmente
su carisma de fundador para todos los jóvenes del mundo, frente a la presión de
hombres de Iglesia no siempre bien inspirados. La misión salesiana es
consagración, es «predilección» por los jóvenes, y esa predilección, en su
estado inicial, lo sabemos muy bien, es un don de Dios, pero corresponde a
nuestra inteligencia y a nuestro corazón desarrollarla y perfeccionarla.
El
verdadero salesiano no deserta del campo juvenil. Salesiano es quien tiene de los jóvenes un
conocimiento vital: su corazón late donde late el corazón de los jóvenes. El
Salesiano vive y trabaja para ellos, se entrega para responder a sus
necesidades y a sus problemas; ellos son el sentido de su vida: trabajo,
escuela, afectividad, tiempo libre. Salesiano es quien también tiene de los jóvenes
un conocimiento teórico y existencial, que le permite descubrir sus verdaderas
necesidades, crear una pastoral juvenil adecuada a las necesidades de los
tiempos.
La
fidelidad a nuestra misión además, para que sea incisiva, debe estar en
contacto con los «nudos» de la cultura de hoy, con las matrices de la
mentalidad y de los comportamientos actuales. Estamos frente a retos
verdaderamente grandes, que exigen seriedad de análisis, pertinencia de
observaciones críticas, confrontación cultural profunda, capacidad de compartir
psicológicamente la situación. De acuerdo con esto, vamos a limitarnos a algunas
preguntas:
a. ¿Quiénes
son exactamente los jóvenes a los que «consagramos» personalmente y en
comunidad nuestra vida? ¿Qué quieren, qué desean ellos y qué queremos nosotros (y
Dios) para ellos? ¿conocemos a los jóvenes de hoy? ¿Estamos convencidos del
diferente problema cuantitativo y cualitativo de los jóvenes de hoy respecto
del que afrontaba hace ciento cincuenta años Don Bosco?
b. ¿Cuál
es nuestra profesionalidad pastoral en la reflexión teórica sobre los
itinerarios educativos y en la esfera de la práctica pastoral? Ella encuentra
el banco de prueba en la creatividad, ductilidad, flexibilidad y en el anti-fatalismo.
Lo que es indudable es que para poder «inculturarnos» no podemos confiar sólo
en los documentos de los Capítulos Generales de nuestras Congregaciones y en
las decisiones más importantes de los diversos grupos o en las cartas del
Rector Mayor.
c. La
responsabilidad educativa hoy no puede ser sino colectiva, coral, participada. ¿Cuál
es entonces nuestro «punto de engarce» con la «red de relaciones» en el
territorio y también más allá del territorio en el que viven nuestros jóvenes? ¿Cuál
es nuestra aportación concreta de participación y de colaboración en esa red
educativa globalizada? ¿Hemos tomado en consideración las soluciones posibles,
confrontándonos también con terceros?
d. Si
alguna vez la Iglesia se encuentra desarmada ante los jóvenes, ¿no es tal vez
porque también lo están los Salesianos o la Familia Salesiana de hoy?
3. Una
educación de corazón
En
estas últimas décadas tal vez las nuevas generaciones salesianas experimentan
una sensación de desorientación ante las antiguas formulaciones del Sistema
Preventivo: o porque no saben cómo aplicarlo hoy, o porque inconscientemente lo
imaginan como una «relación paternalista» con los jóvenes. Por el contrario,
cuando miramos a Don Bosco, visto en su realidad vivida, descubrimos en él una
superación instintiva y genial del paternalismo educativo inculcado por gran
parte de la pedagogía de los siglos anteriores a él (siglos XVI-XVII): en aquel
tiempo el planteamiento pedagógico reflejaba, en efecto, a la sociedad europea
que, también en la esfera política, estaba estructurada paternalistamente. La
vida de Don Bosco resulta, en cambio, todo un tejido de relaciones personales
con jóvenes y adultos, de las que nace también su enriquecimiento personal. Mil
episodios y expresiones, como «Dejad que os lo diga y que ninguno se ofenda: vosotros
sois todos ladrones; lo digo y lo repito: vosotros me habéis arrebatado todo […]
me quedaba todavía este pobre corazón, del que ya me habéis robado los afectos
totalmente […] han tomado posesión de todo este corazón, al que no le ha
quedado más que un vivo deseo de amaros en el Señor»[2], manifiestan la
simbiosis, la modernidad, la actualidad más allá de las etiquetas conocidas: preventivo,
cariño, caridad. Posesionarse del corazón, en Don Bosco, es una expresión analógica
y simbólica. Los muchachos penetraban en el corazón de Don Bosco, allí se
encontraban, se enriquecían con él, gozaban de él. Hoy, es verdad, las
modalidades de la relación interpersonal son diferentes: sociedad pluralista,
globalidad de las formas de conocimiento, internet, viajes, etc.
Podemos
preguntarnos: ¿entran o pueden entrar hoy los jóvenes y los adultos en el corazón
del educador salesiano? ¿Qué descubren en él? ¿Un tecnócrata, un hábil pero vacío
comunicador, o una humanidad rica, completada y animada por la gracia de
Jesucristo, en el Cuerpo Místico, etc.? Si no descubren en él todo esto, Don
Bosco no podría repetir más o menos las palabras: «Cuando en el corazón del
salesiano no se encuentra la riqueza y la profundidad de la gracia de Cristo, ¿han
consumado su camino la Congregación y la Familia Salesiana?».
COMPROMISOS
CONCRETOS PARA LA FAMILIA SALESIANA
A
partir del conocimiento de la pedagogía de Don Bosco, y a la luz de las
reflexiones expresadas antes, los grandes puntos de referencia y los
compromisos del Aguinaldo de 2013 para la Familia Salesiana son los siguientes:
1. El
‘Evangelio de la alegría’, que caracteriza toda la historia de Don Bosco y es
el alma de sus múltiples obras. «En Jesús de Nazaret Dios se ha revelado como
el «Dios de la alegría»[3] y el Evangelio es una «alegre noticia» que comienza
con las «Bienaventuranzas», participación de los hombres en la beatitud misma
de Dios. Se trata de un don no superficial sino profundo porque la alegría, más
que sentimiento efímero, es una energía interior que resiste también las
dificultades de la vida. Recuerda san Pablo: «Estoy lleno de consuelo y
sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones» (2 Cor 7,4). En este
sentido la alegría que sentimos aquí abajo es un don pascual, anticipo de la
alegría plena de la que gozaremos en la eternidad.
Don
Bosco captó el deseo de felicidad de los jóvenes y tradujo su alegría de vivir
en los lenguajes de la alegría, del patio y de la fiesta; pero no dejó nunca de
señalar a Dios como fuente de la alegría verdadera. Algunos de sus escritos,
como El Joven Instruido, la biografía de Domingo Savio, el apólogo que contiene
la historia de Valentino, son la demostración de la correspondencia que él
establecía entre gracia y felicidad. Y su insistencia sobre el «premio del paraíso»
proyectaba las alegrías de aquí abajo en la perspectiva del cumplimiento y de
la plenitud.
En
la escuela de Don Bosco, el que pertenece a la Familia Salesiana cultiva dentro
de sí algunas actitudes que favorecen la alegría y la comunican a los demás.
a. La
confianza en la victoria del bien: «En todo joven, aun el más desgraciado —escribe
Don Bosco—, hay un punto accesible al bien, y el primer deber del educador es
buscar ese punto, esa fibra sensible del corazón, y sacar de ella provecho».[4]
b. El
aprecio de los valores humanos: El discípulo de Don Bosco toma los valores del
mundo y se niega a lamentarse de su tiempo: acepta todo lo que es bueno,
especialmente si agrada a los jóvenes y a la gente (cf. Const. 17).
c. La
educación en las alegrías cotidianas: hace falta un paciente esfuerzo de
educación para aprender, o aprender de nuevo, a gustar, con sencillez, las múltiples
alegrías humanas que el Creador pone cada día en nuestro camino.
Porque
se confía totalmente al «Dios de la alegría» y testimonia en obras y en
palabras el «Evangelio de la alegría», el discípulo de Don Bosco está siempre
alegre. Difunde esa alegría y sabe educar en la alegría de la vida cristiana y
en el sentido de la fiesta, recordando la llamada de san Pablo: «Estad siempre
alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres» (Flp 4,4)».[5]
2. La
pedagogía de la bondad. «El cariño de Don Bosco es, sin duda, un rasgo característico
de su metodología pedagógica considerado válido también hoy, tanto en los
lugares todavía cristianos como en aquellos en los que viven jóvenes
pertenecientes a otras religiones.
Pero
no es reducible solo a un principio pedagógico, sino que debe reconocerse como
elemento esencial de nuestra espiritualidad.
Es,
efectivamente, amor auténtico porque nace de Dios; es amor que se manifiesta en
los lenguajes de la sencillez, de la cordialidad y de la fidelidad; es amor que
genera deseo de correspondencia; es amor que suscita confianza, abriendo el
camino a la confidencia y a la comunicación profunda («la educación es cosa de
corazón»); es amor que se difunde creando un clima de familia, donde estar
juntos es hermoso y enriquecedor.
Para
el educador es un amor que requiere fuertes energías espirituales: la voluntad
de ser y estar, la renuncia de sí y el sacrificio, la castidad de los afectos y
el autocontrol en las actitudes, la escucha participativa y la espera paciente
para descubrir los momentos y los modos más oportunos, la capacidad de perdonar
y de reanudar los contactos, la mansedumbre de quien, tal vez, sabe también
perder pero sigue creyendo continuamente con esperanza ilimitada. No hay amor
verdadero sin ascética y no hay ascética sin el encuentro con Dios en la oración.
El
cariño es fruto de la caridad pastoral. Decía Don Bosco: «Este afecto recíproco
nuestro ¿en qué se basa? […] En el deseo que tengo de salvar vuestras almas,
que fueron redimidas con la sangre preciosa de Jesucristo, y vosotros me amáis
porque intento llevaros por el camino de la salvación eterna. Por tanto, el
bien de nuestras almas es el fundamento de nuestra afecto».[6]
El
cariño se convierte así en signo del amor de Dios, e instrumento para despertar
su presencia en el corazón de aquellos a quienes llega la bondad de Don Bosco;
es un camino para la evangelización.
De
aquí la convicción de que la espiritualidad apostólica de la Familia Salesiana
se caracteriza no por un amor genéricamente entendido, sino por la capacidad de
amar y de hacerse amar».[7]
3. La
educación es cosa del corazón. Para comprender la célebre expresión «la educación
es cosa de corazón y solo Dios es su dueño» (MBe XVI, 373)[8] y para entender
por tanto la Pedagogía de la bondad en el Sistema Preventivo, me parece
importante oír a uno de los más reconocidos expertos del Santo educador: «La
pedagogía de Don Bosco se identifica con toda su acción; y toda la acción con
su personalidad; y Don Bosco entero se resume en su corazón».[9] He aquí su
grandeza y el secreto de su éxito como educador: Don Bosco supo armonizar
autoridad y dulzura, amor a Dios y amor a los jóvenes.
«El
amor de Don Bosco por estos jóvenes estaba hecho de gestos concretos y
oportunos. Él se interesaba por toda su vida, descubriendo sus necesidades más
urgentes e intuyendo las más escondidas. Afirmar que su corazón estaba
entregado totalmente a los jóvenes, significa decir que toda su persona,
inteligencia, corazón, voluntad, fuerza física, todo su ser estaba orientado a
hacerles el bien, a promover su crecimiento integral, a desear su salvación
eterna. Ser hombre de corazón, para Don Bosco, significaba por tanto estar
totalmente consagrado al bien de sus jóvenes y darles todas sus energías, ¡hasta
el último aliento!».[10]
4. La
formación del honrado ciudadano y del buen cristiano
«Formar
«buenos cristianos y honrados ciudadanos» es la intención expresada muchas
veces por Don Bosco para indicar todo lo que los jóvenes necesitan para vivir
con plenitud su existencia humana y cristiana: vestido, alimento, casa,
trabajo, estudio y tiempo libre; alegría, amistad; fe activa, gracia de Dios,
camino de santificación; participación, dinamismo, inserción social y eclesial.
La experiencia educativa le sugirió un proyecto y un
estilo
de intervención peculiar, condensados por él mismo en el Sistema Preventivo,
que «se apoya todo él sobre la razón, la religión y sobre el cariño».[11]
La
presencia educativa en lo social comprende estas realidades: la sensibilidad
educativa, las políticas educativas, la calidad educativa del vivir social, la
cultura.
5. Humanismo
salesiano. «Para Don Bosco significaba valorar todo lo positivo radicado en la
vida de las personas, en las realidades creadas, en los acontecimientos de la
historia. Esto le llevaba a captar los auténticos valores presentes en el
mundo, especialmente si agradan a los jóvenes; a arraigarse en el flujo de la
cultura y del desarrollo humano del propio tiempo, estimulando el bien y negándose
a lamentarse de los males; a buscar con sabiduría la cooperación de muchos,
convencido de que cada uno tiene dones que deben descubrirse, reconocerse y
valorarse; a creer en la fuerza de la educación que sostiene el crecimiento del
joven y lo anima a hacerse honrado ciudadano y buen cristiano; a confiarse
siempre y en todas partes a la Providencia de Dios, descubierto y amado como
Padre».[12]
6. Sistema
Preventivo y Derechos Humanos. La Congregación no tiene razón de existir sino
para la salvación integral de los jóvenes. Como Don Bosco en su tiempo,
nosotros no podemos ser espectadores; debemos ser protagonistas de su salvación.
La carta de Roma de 1884 nos pide también hoy poner al «muchacho en el centro» como
compromiso cotidiano de cada gesto nuestro y como opción permanente de vida de
cada comunidad nuestra. Por esto, para la salvación integral de los jóvenes, el
evangelio y nuestro carisma nos piden hoy recorrer también el camino de los
derechos humanos; se trata de un camino y de un lenguaje nuevos que no podemos
descuidar. No debemos desechar ningún intento por la salvación de los jóvenes;
hoy no nos sería posible mirar a los ojos de un niño sin hacernos promotores
también de sus derechos.
El
Sistema Preventivo y los derechos humanos actúan entre sí enriqueciéndose
mutuamente. El Sistema Preventivo ofrece a los derechos humanos un enfoque
educativo único e innovador respecto al movimiento de promoción y protección de
los derechos humanos caracterizado hasta ahora por la perspectiva de la
denuncia «ex post», la denuncia de violaciones ya cometidas. El Sistema
Preventivo ofrece a los derechos humanos la educación preventiva, es decir, la
acción y la propuesta «ex ante».
Como
creyentes podemos decir que el Sistema Preventivo ofrece a los derechos humanos
una antropología que se deja inspirar por la espiritualidad evangélica y ve
como fundamento de los derechos humanos el dato óntico de la dignidad de cada
persona «sin distinción alguna, por razones de raza, color, sexo, lengua,
religión, opinión política o de otro género, de origen nacional o social, de
riqueza, de nacimiento o de otra condición».[13]
Del
mismo modo los derechos humanos ofrecen al sistema preventivo nuevas fronteras
y oportunidades de diálogo y de colaboración en red con otros sujetos para
descubrir y remover las causas de injusticia, iniquidad y violencia. Los
derechos humanos además ofrecen al sistema preventivo nuevas fronteras y
oportunidades de impacto social y cultural como respuesta eficaz al «drama de
la humanidad moderna del desgarro entre educación y sociedad, de la divergencia
entre escuela y ciudadanía».[14]
7. Para
leer. El Sistema Preventivo en la educación de la juventud, la Carta de Roma,
las Biografías[15] de Domingo Savio, Miguel Magone y Francisco Besucco, son
todos escritos de Don Bosco que ilustran bien tanto su experiencia educativa
como sus opciones pedagógicas. Estas obras se escribieron, en efecto, para que
nosotros pudiésemos conocer la sensibilidad pedagógica y educativa de nuestro
querido fundador y padre, lo que le preocupaba sobre la centralidad de los jóvenes,
de su protagonismo en la propia formación, del clima que se debe crear para
garantizar el éxito educativo. Las biografías se convierten, desde esta
perspectiva, en tres itinerarios diferentes según el punto de partida de cada
uno de estos muchachos del Oratorio de Valdocco, y con propuestas a su medida. Para
Don Bosco se debía comenzar por la realidad de cada uno de los muchachos sin
tener que esperar a tener situaciones ideales, tomando como palanca los valores
y aptitudes que se llevan consigo y señalando metas que alcanzar.
CONCLUSIÓN
Concluyo
el comentario del Aguinaldo 2013 con un poemita enviado por un Hermano
salesiano de la India. El texto capta muy bien qué es la verdadera educación,
sobre todo porque lo ve un niño y lo expresan sus palabras diciendo a su madre
lo que pasaba por su mente y quedaba en su corazón al contemplar su forma de
actuar. La lectura del poema me ha traído a la memoria el testimonio cabal de
Juanito Bosco sobre Mamá Margarita.
En
efecto, el estilo educativo practicado en Valdocco, y hoy difundido en todo el
mundo, tiene sus raíces en la infancia de Don Bosco caracterizada por el
ambiente campesino austero y fuerte de I Becchi y, sobre todo, por las personas
que estaban a su lado. Don Bosco llegó a decir: «Me preguntan cómo educo a los
muchachos. Yo los oriento como mi madre nos formaba a nosotros en familia. Más
no sé».
Fue
Mamá Margarita la primera y gran educadora de Don Bosco. Quedó viuda, supo dar
a sus hijos el amor exigente de un padre y el amor dulce y gratuito de una
madre. De ella Don Bosco aprendió los valores y actitudes que practicó con sus
muchachos y, con el discurrir de los años, dejó a los Salesianos, convirtiéndose
en las bases de su pedagogía:
•
Una
presencia activa. La asistencia salesiana no es una mera acción de vigilancia;
es una presencia que hace sentir al muchacho que se le quiere; que comparte con
él el gusto de trabajar y de crecer juntos haciéndole protagonista.
•
El
trabajo cotidiano. Educado con la experiencia del trabajo del campo en las
tierras de I Becchi y de los Moglia, a Don Bosco le gustaba decir a sus
muchachos: «Un muchacho perezoso será siempre un borrico», «El que no se
acostumbra al trabajo de joven, es seguro que será siempre un vago hasta la
vejez». En Valdocco estaba estigmatizada la pereza y el trabajo se alternaba
con la oración, el juego y el aprendizaje.
•
El
sentido de Dios. Mamá Margarita fue para Juanito también una catequista: le
preparó para el sacramento de la confesión y para la primera comunión y, sobre
todo, le enseñó a saber leer la presencia de Dios en lo cotidiano, en la creación,
en los acontecimientos gozosos y tristes de la vida. Mirando su generosidad con
los más pobres y necesitados, el futuro sacerdote maduró una piedad religiosa
en disposición de transformarse en el momento oportuno en caridad concreta,
sencilla y genuina.
•
La
razón como sinónimo de diálogo. La sabiduría campesina daba al término «razonamos»
diferentes valores; se usaba en vez de dialogar, de explicarse, de llegar a una
decisión común, tomada sin que nadie quisiese imponer su punto de vista. Don
Bosco hizo después del término «razón» una de las columnas soporte de su método
educativo. En esta perspectiva el diálogo entre Domingo Savio y Don Bosco es un
verdadero pacto educativo que condujo al joven santo a un compromiso: «Por
tanto yo soy el paño; sea usted el sastre; lléveme con usted y hará un bonito
vestido para el Señor».
A la
luz de esta memoria, el poema que se propone (página 22) se convierte en un
mensaje para cada adulto consciente educador, porque los niños y los muchachos
miran y hacen lo que tú haces, no lo que tú dices.
CUANDO
CREÍAS QUE NO ESTABA MIRANDO
Cuando
creías que no estaba mirando,
te vi
pegar mi primer dibujo en la nevera
y
enseguida quise pintar otro.
Cuando
creías que no estaba mirando,
te
vi dar de comer a un gato vagabundo,
y
aprendí que es bueno cuidar a los animales.
Cuando
creías que no estaba mirando,
te
vi preparar mi dulce preferido, especialmente para mí,
y
supe que las cosas pequeñas pueden ser importantes en la vida.
Cuando
creías que no estaba mirando,
te
vi preparar una comida y llevarla a un amigo enfermo,
y
aprendí que debemos preocuparnos los unos de los otros.
Cuando
creías que no estaba mirando,
te
vi cuidar nuestra casa y a los que viven en ella,
y
aprendí que hay que preocuparse de lo que hemos recibido.
Cuando
creías que no estaba mirando,
te
vi afrontar tus deberes aunque no te encontrabas bien,
y
aprendí que cuando sea mayor tendré que ser responsable.
Cuando
creías que no estaba mirando,
vi
brotar lágrimas en tus ojos,
y
aprendí que ciertas cosas hacen sufrir, pero que es bueno llorar.
Cuando
creías que no estaba mirando,
veía
que te desvelabas,
y
quise hacer cuanto estuviera en mi mano.
Cuando
creías que no estaba mirando,
aprendí
la mayor parte de las lecciones de vida que tendré que saber
para
ser persona buena y útil de mayor.
Cuando
creías que no estaba mirando,
te
miré y quise decirte: «Gracias por todo lo que vi
cuando
creías que yo no estaba mirando».
Cada
uno de nosotros (padres, abuelos, tías, tíos, maestros, amigos) influye en la
vida de un niño.
Y lo
que importa es saber de qué modo llegaremos hoy a la vida de alguna persona.
Vivamos
sencillamente.
Amemos
generosamente.
Cuidemos
seriamente.
Hablemos
amablemente.
Roma,
31 de diciembre de 2012 – 1 de enero de 2013
Pascual
Chávez Villanueva, Rector Mayor