Esta frase es eco de una escrita por Don Bosco en 1874, cuando concretaba su idea de los Salesianos Cooperadores (SS.CC.).
En realidad Don Bosco nunca restringió su proyecto sólo a los religiosos.
La Familia Salesiana, compuesta por numerosas fuerzas apostólicas capaces de responder más adecuadamente a las exigencias y necesidades de los jóvenes, fue siempre un intento de su espíritu impaciente, creativo y universal. En ella tenían puesto benefactores y amigos, laicos y sacerdotes, ligados con sus hijos consagrados por los compromisos de una misma vocación por los jóvenes. Sus religiosos, coadjutores y sacerdotes, eran sus “Salesianos Internos” (por su vida común en casas religiosas), y aquel grupo más heterogéneo, los “Salesianos Externos”. Todos unidos, al servicio de la Iglesia para el bien de los jóvenes.
A esos “salesianos externos”, con la aprobación pontificia del 9 de mayo de 1876, los llamó COOPERADORES SALESIANOS.
El concepto de cooperador es específicamente vocacional.
Son jóvenes o adultos, hombres y mujeres, amas de casa y trabajadores, estudiantes y profesionales, comprometidos con Cristo y su mensaje, que celebran con alegría el amor de Dios, y comparten la vida entregándola por el bien de los jóvenes.
El cooperador es un cristiano que, desde el interior de su propia realidad secular, participa del proyecto apostólico de Don Bosco:
• comprometiéndose en su Misión Juvenil y Popular,
• conforme a su espíritu y a su método;
• en forma fraterna y organizada,
• en comunión con los demás miembros de la Familia Salesiana,
• y al servicio de la Iglesia y la sociedad,
• según su propia condición y posibilidades.